martes, 26 de agosto de 2008

La Edad Media Comienza

El advenimiento de la iglesia romana al poder marcó el principio de la Edad Media. A medida que crecía su poder, las tinieblas se hacían más densas. La fe pasó de Cristo, el verdadero fundamento, al papa de Roma. En vez de confiar en el Hijo de Dios para obtener el perdón de sus pecados y la savación eterna, el pueblo recurria al papa y a los sacerdotes y prelados a quienes él invitiera de autoridad. Se le enseño que el papa era su mediador terrenal y que nadie podía acercarse a Dios sino por medio de él, y andando el tiempo se le enseño también que para los fieles el papa ocupaba el lugar de Dios y que por lo tanto debían obedecerle implicitamente. Con sólo desviarse de sus disposiciones se hacían acreedores a los más severos castigos que debían impornerse a los cuerpos y almas de los transgresores. Así fueron los espiritus de los hombres desviados de Dios y dirigidos hacia hombres falibles y crueles; sí, aun más, hacia el mismo príncipe de las tinieblas que ejercía su poder por intermadio de ellos. El pecado se disfrazaba como manto de santidad. Cuando Las Santas Escrituras se suprimen y el hombre llega a considerarse como entre supremo, ¿qué otra cosa puede esperarse sino fraude, engaño y degradante iniquidad? Al ensalzarse las leyes y las tradiciones humanas, se puso de manifiesto la corrupción que resulta siempre del menosprecio de la ley de Dios.


Días de Peligro
Días azarosos fueron aquéllos para la iglesia de Cristo. El Evangelio se perdía de vista mientras que las formas de religión se Multiplicaban, y la gente se veía abrumada bajo elpeso de exacciones rigurosas. No sólo se lo enseñaba a ver en el papa a su mediador, sino aun a confiar en sus propias obras para la expiación del pecado. Largas peregrinaciones, obras de penitencias, la adoración de reliquias, la construcción de templos, relicarios, y altares, la donación de grandes sumas a la iglesia, todas estas cosas y muchas otras parecidas les eran impuestas a los fieles para aplacar laira de Dios opara asegurarse su favor; ¡como sí Dios, a semejanza de los hombres, se enojara por pequeñeces, o pudiera ser apaciguado por regalos y penitencia!.

Las tinieblas parecían hacerse más densas. Las adoración de las imágenes se hiza más general. Se les encendian velas y se les ofrecián oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominidais por la superstición, que la razón misma parecía haber perdido su poder. Mientras que los sacerdotes y los obispos eran amantes de los placere, sensuales y corrompidos, sólo podía esperace del pueblo que acudía a ellos en busca de dirección, que siguiera sumida en la ignorancia y en los vicios.

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